Epigenética y el 8 de marzo de 2018


        
           El tema de la igualdad entre mujeres y hombres es algo así como una pesadilla de una larga
 noche en la que una va corriendo por un camino largo en el que de repente visualiza la meta. Hace el último esfuerzo por llegar y, cuando está a punto de alcanzarlo, la mano negra que mueve tu sueño, te vuelve a colocar cerca de la línea de salida. 

           Ese es el camino hacia la igualdad, un camino largo y duro cuya meta parece difícil de alcanzar. No es esta una reflexión pesimista sobre la cuestión, muy al contrario, además de ser realista, tiene grandes tintes de esperanza futura. Con esta metáfora sólo quiero decir que el camino de la igualdad es un camino largo en el ya hemos conseguido avanzar mucho, pero en el que no podemos dormirnos en los laureles creyendo que ya está todo conseguido. Aún queda mucho por recorrer y el camino sigue estando lleno de obstáculos, algunos de ellos muy difícil de salvar.

           El primero de ellos se refiere a una cuestión puramente biológica y antropológica y es aquí donde centraré la atención de mi ensayo. El patriarcado forma parte de la cultura del mundo desde hace miles de años, yo diría que desde el comienzo de la humanidad incluso. Basta con echar un vistazo a los textos de prácticamente todas las religiones o culturas, para darnos cuenta de que todo se quedó bien atado para que el papel de la mujer fuera el de la sumisión ante el hombre. 

Entonces el señor Dios hizo caer un sueño profundo sobre el hombre, y éste se durmió; y Dios tomó una de sus costillas, y cerró la carne en ese lugar. Y de la costilla que el señor Dios había tomado del hombre, formó una mujer y la trajo al hombre(Ausín, 2011; Génesis 2, 21-22). “¡Oh, humanos! Temed a vuestro Señor Quien os ha creado a partir de un solo ser, del que creó a su cónyuge e hizo descender de ambos muchos hombres y mujeres. Temed a Aláh, en Cuyo nombre os reclamáis vuestros derechos, y respetad los lazos de parentesco. Por cierto que Alá os observa.”(Vernet, 2005; Al-Nisaa' 4:1).

          En la mitología griega se habla de la creación de la mujer como una venganza de Zeus a Prometeo por robar el fuego, mandando a Pandora con una caja que contenía todos los males del mundo (Silva & Andrade, 2009).

            Miles de años de tradición cultural literaria en la que el mensaje recibido de la mujer ha sido siempre el de sumisión al hombre y el de ser la causante de todos los males del mundo. Mensaje que, lo queramos o no, está impreso en la información genética de todas nuestra células, tanto del hombre como de la mujer. Sin embargo, no es esta una reflexión pesimista, sino realista y, por supuesto, igual que con la caja de pandora, llena de esperanza.

           
La biología ha demostrado que la cultura, las creencias y los comportamientos forman parte de la información que está grabada en la genética humana, el ser humano se conforma también según esa información genética referida a la cultura, pero, si acudimos a la epigenética, la biología también ha demostrado que toda información grabada en los genes, es susceptible de modificar, sólo basta con modificar el ambiente. 

            Ese camino de transformación de la información genética que se refiere a la sumisión de la mujer y a todo el entramado patriarcal, tomó relevancia y fuerza el día que  se consiguió uno de los pasos más importantes en la historia del feminismo y la igualdad entre mujeres y hombre, el día que se consiguió el sufragio universal, el día que la voz y el voto de la mujer tuvo cabida en las vida social y política del mundo.

            Este gran hito feminista es al mismo tiempo, uno de los principales obstáculos para seguir avanzando en la consecución de esa igualdad. Y la razón radica en el hecho de que la sociedad en general y muchas mujeres en particular, creyeron que ya estaba todo hecho, que a partir de ese momento mujeres y hombres teníamos el mismo poder de decisión sobre la construcción y evolución del mundo. 
     Cierto es que ese acontecimiento aceleró el proceso de transformación de la información genética patriarcal, pero aún queda mucho por transformar, miles de años de patriarcado no se puede modificar por un solo acontecimiento que además tiene más de idealismo que de realidad.  


           
            La lectura de nuestra información genética patriarcal no se transforma por el simple hecho de que las mujeres puedan votar (aún queda muchos lugares del mundo en que ni siquiera pueden hacerlo), esta transformación no se realiza a través de la introducción de un papel en una urna, sino a través de nuestros comportamientos y acciones después de introducir ese papel en la urna, reivindicando y luchando día a día por conseguir esa verdadera igualdad.

            El 8 de marzo de 2018 pasará a la historia no sólo porque miles de mujeres y también muchos hombres se tiraron a la calle para gritar fuerte y alto la necesidad de construir un mundo de igualdad, sino porque también las mujeres nos dimos cuenta de que aún queda mucho por andar, muchos obstáculos que salvar, muchas creencias y actos cotidianos que transformar. Y es en ese “darse cuenta” donde se volvió a pegar un empujón al proceso de transformación de la información genética patriarcal.

            No sólo queremos votar, también queremos que no se nos mate por el hecho de ser mujer. No sólo queremos cobrar el mismo salario que el hombre por nuestro trabajo, también queremos que se tenga en cuenta nuestras valías y habilidades igual que las del hombre. No sólo queremos llegar a los mismos puestos de poder social y político del hombre, también queremos que ese poder deje de ser competitivo para ser cooperativo.

            Esa mano negra oculta que pretende que todo siga igual que antes, que dificulta ese camino hacia la igualdad, que provoca el asesinato de miles de mujeres en  manos de hombres, que impide que la mujer tenga sueldos iguales a los hombres o que puedan llegar a las mismas posiciones de poder social y político que el hombre sin que tengan que sacrificar sus vidas, no es otra mano que la de miles de años de memoria machista grabada en nuestros genes.

            El 8 de marzo de 2018 estará escrito dentro de poco en el mismo párrafo de la historia donde está escrita la consecución del voto femenino y ojalá que también en aquellos tratados de investigación epigenética futuros en los que se describan que ambos hechos y otros muchos que ocurrieron, consiguieron transformar la información genética patriarcal en una información genética de igualdad, respeto y cooperación entre mujeres y hombres. 

           Y no es un proceso de transformación que sólo tenga que estar liderado por las mujeres, los hombres tienen la misma responsabilidad en esta cuestión. Las mujeres tenemos que seguir reivindicando nuestro lugar en el mundo y los hombres tienen que seguir dejando que las mujeres ocupen su lugar horizontalmente al suyo.
           






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